domingo, julio 22, 2007

La unidad de la mente

¿No es cierto que toda fuerza unificada gana en penetración y eficacia? La luz, el agua, el calor... y, por supuesto, la mente.
Pero si por algo se caracteriza la mente es por su contumaz dispersión. La mayoría de las veces, donde está nuestro cuerpo no está nuestra mente. Siempre se halla en el tiempo y en el espacio, pero se resiste a concentrarse y permanecer en el «aquí y ahora», a pesar de que el presente inmediato es la vida, pues como dijera Buda, «el pasado es un sueño; el futuro, un espejismo, y el presente, una nube que pasa». La mente se resiste y escapa de la realidad inmediata. Enredada en pensamientos que la arrastran como el viento a las nubes, no cesa de divagar. Un antiguo adagio reza: «Como está en la naturaleza del fuego quemar, está en la de la mente dispersarse». Se la ha comparado por ello con un mono loco saltando de rama en rama o con un elefante ebrio y furioso.
La mente pierde gran parte de su vitalidad y frescura enredándose en memorias y fantasías. Ni un minuto puede estar concentrada y así pierde energía y permite que la aneguen las aflicciones y las preocupaciones. Pero como la mente es la precursora de todos los estados, es preciso ejercitarla para que aprenda a ser unidireccional cuando sea necesario. Es una disciplina que conduce al equilibrio y al sosiego, activa la conciencia y desarrolla armónicamente la atención.
¿Cómo desarrollar la concentración, como la del ladrón cuando roba? Estando más atento a lo que se piensa, se dice o se hace. Estriba en vaciarse de todo para saturarse de lo que decidimos estar atentos: un amanecer, una caricia, el aroma de una flor, preparar una ensalada o dar un paseo. La mente se abre al momento, fluidamente, sin resistencias, dejando fuera de su campo todo lo que no es el objeto de su atención. Sin embargo, la concentración por sí sola no es suficiente. Esa energía poderosa, puede utilizarse perversamente para robar, denigrar, explotar, etc. Por eso debe asociarse a la virtud o ética genuina, que estriba en poner los medios para que los otros seres sean felices y evitarles cualquier sufrimiento, en suma, lo que cada uno quiere para sí. La virtud y la concentración, es decir, la ética y la ejercitación de la atención, van haciendo posible que emerja la visión clara y lúcida, o sea, la sabiduría.
Cuando la mente está atenta, la vida se capta en cada instante. La vida no es lo que fue o será, sino lo que es. Sólo una mente muy receptiva, y por tanto meditativa, puede percibir cada momento y abrirse a él. El pensamiento forma parte de la vida y ocupa un lugar en la misma, pero no es la vida y, además, es por completo insuficiente. A menudo el pensamiento se ha desarrollado de tal modo y sin control, que usurpa el lugar de la realidad y la persona piensa pero no vive. Vivamos la vida con atención en lugar de dejar que ella mecánicamente nos viva. Asimismo la atención nos ayuda a descubrir, conocer y examinar los estados de la mente, y esa labor es un gran antídoto contra la confusión, el sopor psíquico y la neurosis.
La serenidad es como un maravilloso pimpollo que se va abriendo cuando nos instalamos en la virtud y la concentración. La virtud nos protege contra todo sentimiento de culpabilidad y nos invita a pensar, hablar y proceder más amorosamente, lo que nos hará sentirnos mucho mejor. La concentración o alerta nos enseña a disponer de nuestra mente en lugar de que ella disponga de nosotros, a pensar en lugar de ser siempre pensados por los pensamientos, a procurarle a cada momento o situación su peso específico, sin innecesarias urgencias o prisas neurasténicas, sabiendo ralentizar y apaciguarnos, comprendiendo que la vida no es tan sólo un enajenante ir y venir que finaliza con un día.
Concentrados, con mente abierta y meditativa, fluyendo con los acontecimientos, vivimos el presente. Unas veces es placentero y otras, doloroso; unas, dulce y otras, amargo, pero es la vida deslizándose a cada momento. La mente, concentrada; el ánimo, sereno; la actitud, compasiva. Si el ser humano gozara de concentración, serenidad y compasión, este mundo sería un paraíso.
Ramiro Calle, El libro de la serenidad (extracto)

domingo, julio 15, 2007

Diego no conocía la mar

El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba mas allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas dunas de arena, después de mucho caminar, la mar estallo ante sus ojos.
Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor que el niño quedo mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
- ¡Ayúdame a mirar!
Eduardo Galeano del "El libro de los abrazos"

martes, julio 10, 2007

El que más se preocupaba

El autor Leo Buscaglia cierta vez fue invitado a actuar de jurado en un concurso escolar, cuyo tema era: "el niño que más se preocupa por los demás".
El vencedor fue un niño cuyo vecino - un señor de más de ochenta años - acababa de quedar viudo. Al ver al anciano en su huerta, llorando, el niño saltó la cerca, se sentó en su regazo, y allí se quedó por largo tiempo.
Cuando volvió a su casa, la madre le preguntó qué le había dicho al pobre hombre.
- Nada - dijo el niño - El ha perdido a su esposa y eso debe haberle dolido mucho. Yo fui solamente a ayudarlo a llorar.
Paulo Coelho

lunes, julio 09, 2007

Cuida tus Pensamientos ...

Cuida tus Pensamientos...
porque se volverán Palabras.
*
Cuida tus Palabras...
porque se volverán Actos.
*
Cuida tus Actos...
porque se harán Costumbre.
*
Cuida tus Costumbres...
porque forjarán tu Carácter.
*
Cuida tu Carácter...
porque formará tu Destino,
y tu Destino, será tu Vida
Mahatma Gandhi