miércoles, noviembre 08, 2006

Cuarto compromiso de Exito

Soy el poseedor de un maravilloso poder.

Conozco el secreto de cómo influir en los pensamientos y en las acciones de los demás cuando se encuentran a mi lado.

Este conocimiento sólo, si se emplea sabiamente, ha permitido que un sinnúmero de individuos ambiciosos se remonten a las grandes alturas de la fama, la riqueza y el poder a todo lo largo de los tiempos.

Desafortunadamente, sólo unos cuantos están conscientes de que poseen un poder de esta naturaleza, mientras que la inmensa mayoría ha pagado un precio terrible, en angustias y desdicha, por su ignorancia. Ha perdido amigos, se les han cerrado puertas, se han desvanecido sus oportunidades y sus sueños se han visto destruidos.

Hasta ahora he sido uno de los miembros de esa inmensa mayoría, destruyendo constantemente mis oportunidades para alcanzar el éxito y la felicidad, porque neciamente abusé de un poder que ni siquiera sabía que poseía.

Gracias a este pergamino he abierto los ojos. El secreto es tan sencillo que incluso todos los niños lo comprenden y lo usan instintivamente en su propio beneficio. Podemos influir en los demás si los tratamos en la misma forma en que nos gustaría que nos trataran a nosotros.

Todos somos imágenes de los demás, con los mismos sentidos, los mismos sentimientos, las mismas esperanzas, los mismos temores, los mismos errores y la misma sangre. Si alguien tiene comezón, su vecino se rasca; si alguien sonríe, su amigo le responde de la misma manera.

Qué ignorante he sido. Sé que el éxito no puede lograrse por sí solo. Sé que no existe tal cosa como un hombre o una mujer que se haya formado por esfuerzo propio. Por consiguiente, me doy cuenta de que jamás podré alcanzar mis metas sin la ayuda de los demás y, sin embargo, puedo ver, cuando reflexiono en mi pasado, que mis acciones me han tenido prisionero detrás de las rejas del remordimiento.

¿Por qué querría alguien contribuir a mis éxitos?

Siempre que fruncía el entrecejo, me encontraba a mi vez frente a un entrecejo fruncido. Siempre que gritaba encolerizado, me respondían voces encolerizadas. Siempre que me quejaba, me dirigían miradas severas. Siempre que maldecía, el odio siempre me devolvía la mirada. Mis propias acciones me condenaban al mundo en donde nadie sonríe jamás, al mundo de los fracasados. Neciamente he culpado a los demás de mi difícil situación, pero ahora veo que la culpa era mía.

Al fin he abierto los ojos.

Prometo cumplir durante el resto de mi vida esta promesa especial del éxito: Nunca jamás volveré a ser descortés con ningún ser viviente.

Les sonreiré a amigos y enemigos por igual y haré todos los esfuerzos posibles por encontrar en cualquier persona, una cualidad que pueda alabar, ahora que al fin he comprendido que el anhelo más profundo de la naturaleza humana es el ansia de ser apreciada. En verdad, todos poseemos características dignas de alabanza, y todo lo que necesito es asegurarme de hacer esos cumplidos desde los más profundo de mi corazón y con un voz que sea sincera.

Alabar, sonreír y preocuparse por los demás es algo tan benéfico para el donador como para el que recibe esos favores. Este gran poder que afecta con tanta fuerza a los demás obrará milagros en mi propia vida, a medida que su gratitud regrese a mí en incontables formas. Una sonrisa sigue siendo el regalo menos costoso de todos los que puedo hacerle a cualquier persona y, su poder puede conquistar reinos. Y todos aquellos a quienes trate con amabilidad, dirigiéndoles palabras de alabanza, muy pronto empezarán a ver en mí las buenas cualidades que nunca antes percibieron.

Nunca más volveré a ser descortés con ningún ser viviente.

Mis días de lamentaciones y quejas han tocado a su fin. No hay nada más fácil que encontrar fallas en los demás. No se requiere ningún talento, ningún renunciamiento, ningún carácter para establecerse en el negocio de las quejas. Ahora ya no dispongo de tiempo para dedicarme a esa lamentable ocupación, que todo lo que podré lograr será manchar mi personalidad de manera que ya nadie quiera asociarse conmigo. Esa era mi antigua vida. Ya no volverá a serlo.

Estoy muy agradecido por esta segunda oportunidad.

He despreciado muchos años de oportunidades con mis enojos, mis malos humores y mis miradas de ira, cuando una sonrisa y una palabra amable habrían tendido la mano para ayudarme. Apenas ahora estoy aprendiendo el máximo arte de la vida ... mejorar el momento dorado de la oportunidad y aprovechar todo lo bueno que está a nuestro alcance.

Nunca más volveré a ser descortés con ningún ser viviente.

En última instancia, una sonrisa y un apretón de manos son un simple acto de amor. La vida ahora lo sé, no se compone de grandes sacrificios u obligaciones, sino de todas esas pequeñas cosas en las cuales las sonrisas, las bondades y los pequeños deberes, que se brindan en cualquier momento y dondequiera que sea posible hacerlo, son los que ganan y conservan cualquier corazón. Los mejores fragmentos de la propia vida son los pequeños actos de consideración y solicitud. Las palabras bondadosas producen su propia imagen en el alma de los hombres y vaya si es una imagen muy bella. Tranquilizan, calman, y consuelan a quien las escucha, haciéndolo desistir de sus sentimientos amargos, displicentes y poco amables. Todavía no he empezado a emplear las palabras amables con tanta abundancia como debería hacerlo, pero estoy seguro de que mejoraré si sigo practicando. ¿Quién sería tan tonto para no intentarlo, cuando en el otro lado de la balanza se encuentra la propia felicidad?

Nunca más volveré a ser descortés con ningún ser viviente.

Puedo darme cuenta de que en la interacción de la vida cotidiana, sólo através de los insignificantes actos de bondad que se repiten cada día e incluso cada hora, por medio de palabras, tonos de voz, gestos y miradas, es como se ganan y se conservan el afecto y la admiración. Qué fácil le resulta a un ser benévolo esparcir el placer a su alrededor y qué cierto es que un corazón benévolo es una fuente de alegría, haciendo que todos a su alrededor dejen ver radiantes sonrisas. Cada noche, cuando me retiro, ruego pidiendo que haya hecho por lo menos a un ser humano un poco más feliz o un poco más sabio, o por lo menos un poco más satisfecho consigo mismo.

¿Cómo puedo fallar, desde este momento en adelante, si mantengo la promesa que he hecho en este pergamino, de tal manera que el aire que respire en el futuro, pueda resplandecer de amor y de buenos deseos?

Nunca jamás volveré a ser descortés con ningún ser viviente.
Og Mandino

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