domingo, noviembre 05, 2006

Segundo compromiso del éxito

Ya soy una persona diferente y mejor.

Apenas han transcurrido unos cuantos días desde que inicié una nueva existencia con la ayuda de estos pergaminos, pero ahora experimento una extraña y poderosa emoción en lo más profundo de mi corazón, un sentimiento de una nueva esperanza que casi había desaparecido con el paso de los años.
Al fin he sido rescatado de mi lecho de desesperación y doy las gracias por ello.
Con las palabras de la primera promesa del éxito aún frescas en mis labios, ya he multiplicado mi propia valía ante mis ojos y tengo la seguridad de que este nuevo evalúo de mi persona, con el tiempo será adoptado por el mundo exterior.
Ahora conozco una gran verdad.
La única etiqueta de precio válida es la que nos asignamos nosotros mismos. Si nos ponemos un precio demasiado bajo, el mundo lo aceptará; pero si nos asignamos el mejor precio, el mundo también aceptará de buen grado ese avalúo.
Te doy gracias, Dios mío, por depositar en mis manos estos valiosos pergaminos.
Me encuentro en un momento crucial de mi vida y no debo alejarme, ni lo haré, de este desafío como me he alejado de otros en el pasado.
Ahora sé que en la peregrinación de todos, a lo largo de esta vida, siempre hay lugares sagrados en donde podemos sentirnos afines con lo divino; en donde los cielos parecen descender sobre nuestras cabezas y los ángeles llegan a auxiliarnos.
Son los lugares de sacrificio, las áreas en donde se unen lo mortal y lo inmortal, las tierras del juicio en donde se libran las grandes batallas de nuestra propia vida.
Mis derrotas del pasado ya están casi olvidadas, incluso el dolor y la abrumadora angustia. Y seré muy feliz en los años por venir, si logro mirar hacia atrás recordando este momento tan especial, a sabiendas de que aquí pude saborear al fin la victoria.
Pero antes que nada debo aprender la segunda promesa de éxito, y ponerla en práctica:
Nunca jamás volveré a saludar al amanecer sin una meta.
En el pasado, el hecho de tener metas, ya fuesen grandes o pequeñas, me parecía que no era otra cosa que una tonta práctica, puesto que tenía tan poca fe en mis capacidades. ¿Para qué tener metas pequeñas e insignificantes, me decía a mi mismo, simplemente para satisfacer mis humildes talentos? ¿Qué diferencia podía significar todo eso en el esquema de las cosas?
Y así, cada día salía sin rumbo por el mundo, sin timón y sin destino fijo, con la esperanza de sobrevivir hasta la hora de la puesta del sol, asegurándome falsamente a mí mismo, que sólo esperaba el momento adecuado, o que cambiara mi suerte, sin creer, no obstante, ni por un momento, que algo en mi futuro sería diferente de lo que había sido en mi pasado.

Es fácil ir a la deriva de un día a otro. No se requiere ninguna habilidad, ningún esfuerzo y ningún dolor. Por otra parte, nunca es fácil fijarse metas para un día o para una semana, y alcanzar esos objetivos.
Mañana comenzaré me decía día tras otro. En aquel entonces no sabía que el mañana sólo se encuentra en el calendario de los tontos. Ciego ante mis propias faltas, desperdiciaba mi vida deliberando todo hasta que ya fuese demasiado tarde, de no ser por estos pergaminos. Hay una inconmensurable distancia entre tarde y demasiado tarde.
Nunca jamás volveré a saludar el amanecer sin una meta.

He estado viviendo en el callejón de los tontos. Tener siempre la intenciónde llevar una mejor vida nueva, pero sin jamás encontrar el tiempo para dedicarse a ello, es como si pospusiera la comida, la bebida y el sueño de un día para el siguiente, hasta morir. Durante muchos años estuve convencido, lo mismo que tantos otros, de que las únicas metas que valían la pena eran las principescas metas con abundantes recompensas en oro, fama y poder.
¡Qué equivocado estaba!
Ahora sé que el hombre sabio nunca se fija metas de inmensas proporciones. Ahora todos los planes de gigantesca magnitud los califica de sueños, abrigándolos muy cerca de su corazón en donde los demás no puedan verlos y mofarse de ellos. Después saluda cada amanecer fijándose metas sólo para ese día, asegurándose de que todo lo que planeó haya quedado terminado antes de irse a dormir.
Muy pronto, los logros de cada día se van reuniendo, uno encima del otro, en la misma forma en que la hormiga amontona sus granos de arena y con el tiempo se ha erigido un castillo lo bastante grande para albergar cualquier sueño. En verdad, todo esto no sea difícil de lograr una vez que haya frenado mi impaciencia, enfrentándome a la vida un día a la vez.
Puedo hacerlo.
Lo haré.
Nunca jamás volveré a saludar al amanecer sin una meta.
Se ha ganado la mitad de la victoria del éxito una vez que se ha adquirido el hábito de fijarse metas y alcanzarlas. Incluso la labor más tediosa se hace soportable si yo marcho a lo largo de cada día convencido de que cada tarea, no importa lo humilde o tediosa que sea, me acerca varios pasos a la realización de mis sueños. Qué forma tan agradable de seguir adelante con mi vida, ya que si la mañana no me ofreciera ninguna nueva alegría, a medida que cumplo con las metas que me he fijado para ese día, o si la noche no me brindara nuevos placeres por cumplir con mis metas, ni siquiera valdría la pena vestirme y desvestirme.
La vida, ahora estoy convencido de ello, puede ser tan gozosa como un juego de niños cuando despertamos con la esperanza de que nos aguarda una senda marcada con toda claridad.
Ahora ya sé en qué punto me encuentro.
Y también sé hacia dónde quiero que me conduzcan mis metas.
Para ir de aquí hacia allá, no necesito conocer todos los giros y recodos de mi viaje en este preciso momento. Lo más importante es que he adoptado las enseñanzas del primer pergamino y del segundo, y que ahora ya no miraré hacia atrás en dirección a ese desconsolador pasado, cuando los días no tenían ni principio ni fin y yo me encontraba perdido en medio de un desierto de frivolidad, sin esperar nada en el futuro, como no fuesen la muerte y el fracaso.
¡Mañana me fijaré metas! ¡Al día siguiente! ¡Y también al siguiente!
Nunca jamás volveré a saludar al amanecer sin una meta!
Alguna vez malbaraté mi vida, cambiándola por un centavo y la vida no quiso pagarme más, pero ahora ya han terminado los días en que trabajaba por el salario de un esclavo.
Ahora sé que cualquier salario que le hubiese exigido a la vida, la vida me lo habría pagado de muy buen grado.
Los rayos del sol no brillan por encima de mi cabeza para que yo pueda reflexionar con tristeza en el ayer. El pasado ha quedado sepultado y yo estuve a punto de permitir que me sepultaran junto con él. Ya no derramaré más lágrimas. Que los rayos de sol puedan brillar sobre las promesas del mañana ... y sobre mi cabeza.
Nunca jamás volveré a saludar al amanecer sin una meta!
Og Mandino

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